-¿Quiere usted el punto de vista del interés humano? -dijo sin sonreír.
No creo que nunca sonriese. Pero sus ojos eran penetrantes, aunque no agresivos. Sentí que su mirada me atravesaba y salía por el occipucio y supe que era para ella de una transparencia inusitada; que todo el mundo lo era.
– Exacto -dije.
– ¿El interés humano… de los robots? Esto es una contradicción.
– No, doctora, de usted.
– También me han llamado robot. Con seguridad le habrán dicho a usted que no soy humana.
Me lo habían dicho, en efecto, pero no ganaba nada con confesarlo.
Yo, Robot. Isaac Asimov. 1950.