¿No estás contenta de que vayamos? -añadió con sólo un leve tono de ansiedad en la voz-. ¿No vas a ser muy feliz en la ciudad, con los edificios y la gente y tantas cosas que ver? Iremos al visivoz cada día, y al teatro, y al circo y a la playa, y…
– Sí, mamá -fue la respuesta sin entusiasmo de la chiquilla. La nave pasaba en aquel momento sobre un mar de nubes y Gloria quedó en el acto absorbida en la contemplación de aquella masa que tenía a sus pies. Después volvieron a encontrarse en medio de un cielo azul y se volvió hacia su madre con un súbito aire misterioso de secreto.
– Ya sé por qué vamos a la ciudad, mamá.
Yo, Robot. Isaac Asimov, 1950.