Cuando escuchamos la palabra «marketing», inevitablemente nos vienen a la cabeza ciertas ideas no muy positivas que se asocian con este término (publicidad agresiva, sexismo, mentiras, estafa, entre otras), y que tienen que ver con las malas prácticas que han ido haciendo crecer su rechazo.
Por eso, intentar hablar de marketing ético puede parecer un contrasentido, o una broma que nadie tiene ganas de escuchar. Pero realmente, sí que existe una manera de tratar nuestra imagen y nuestros productos o servicios (y por lo tanto, nuestro público) de una forma más ética y auténtica.
[Tweet «Marketing ético: cómo tratar nuestra imagen y productos / servicios de forma más auténtica.»]
Por nuestra experiencia, hemos podido presenciar algunas de estas malas prácticas, tanto a nivel profesional, como personal como consumidores. Empresas y marcas a las que sólo les mueven los beneficios, y que los conseguirán a cualquier coste, aunque tengan que sacrificar, por ejemplo, el bienestar de sus empleados, o incluso su propia credibilidad como marca. Todo vale en la guerra, ¿no es cierto?
Estas malas prácticas sólo consiguen empeorar la situación, ya que sólo conducen a un crecimiento rápido que no se mantiene en el tiempo, ya que aunque en un primer momento podamos conseguir más ventas, más clientes o más público gracias a ciertas acciones, a la larga, si no cumplimos lo que prometemos, vamos a perder la confianza del público que habíamos ganado en un principio.
¿Quién practica el marketing ético?
El marketing ético no es tanto una estrategia o un plan concreto a seguir, sino una filosofía o forma de ver las cosas.
Es decir, tiene más que ver con las convicciones de una marca o empresa, con sus ideales y la forma en que se relaciona con el exterior. Una marca que promueve la honestidad, la responsabilidad y la justicia respecto al mundo que le rodea, tiene muchas más posibilidades de plantearse una forma ética de enfocar sus acciones de marketing, ya que actúa según sus principios y su propio carácter corporativo.
Por ejemplo, mucha gente compra ciertos productos de belleza que rara vez son efectivos. Esto se debe a que estas marcas usan afirmaciones exageradas y engañosas sobre sus bondades, que inevitablemente llevan a engaño a los consumidores. O también, otra práctica agresiva que termina por agotar al consumidor, son las famosas e incesantes llamadas de telemarketing a cualquier hora y en cualquier momento que utilizan muchas compañías para dirigirse a posibles clientes.
Este tipo de prácticas (mentir, agobiar…) sólo consiguen minar la paciencia y la confianza del consumidor, ya que no nos gusta sentirnos manipulados, engañados, y mucho menos acosados.
[Tweet «#MarketingÉtico: No nos gusta sentirnos manipulados, engañados y mucho menos acosados.»]
Podemos intuir cuál es el tipo de marcas que utilizan este tipo de estrategias: marcas que no tienen interés en una repercusión positiva de sus acciones, y que tampoco están comprometidas socialmente. Este tipo de marcas sólo introducen en su agenda el término «ético» cuando les toca limpiar su imagen, lo cual no es señal de una búsqueda de una relación más abierta y honesta entre la marca y su público.
En cambio, un negocio que trate bien a sus empleados, que se preocupe en utilizar materiales sostenibles como materia prima, que tenga un compromiso social, o que evite la experimentación animal, tiene más posibilidades de actuar éticamente y actuar en consecuencia en sus estrategias de marketing.
¿Cómo se desarrolla e implementa un plan de marketing ético?
Como ya hemos comentado más arriba, el marketing ético no es un plan en sí mismo, sino una serie de herramientas que nos permitan evaluar las estrategias y acciones de marketing que estamos llevando a cabo, o que vamos a planificar en un futuro. Tampoco existe un listado concreto de indicadores que nos orienten en este aspecto, sino que se trata de un proceso interno que debemos hacer nosotros mismos como marca, como responsables de nuestras acciones, para evaluar si lo que estamos haciendo comulga con nuestras convicciones y filosofía.
Seguramente habrá muchos indicadores que coincidan entre diferentes proyectos o marcas, pero otros serán exclusivamente nuestros. Esta evaluación puede suponer desde pequeños cambios en nuestras campañas, a cambios más grandes que supongan un replanteamiento total de nuestra estrategia.
Por poner algunos ejemplos concretos de estos indicadores o preguntas que podríamos plantearnos:
Como marca de ropa, estamos en contra de los cánones de belleza estereotipados, de una delgadez extrema e insana. ¿Refleja esta idea nuestra campaña de marketing, o por el contrario estamos utilizando, precisamente, unos modelos también estereotipados y «perfectos», alejados de la realidad y de la gente a la que buscamos atraer?
Nuestra marca de cosmética natural aboga por un consumo responsable. ¿Estamos creando falsas expectativas y falsas necesidades para nuestro público, o realmente les asesoramos honestamente sobre qué productos son más necesarios que otros según sus necesidades reales?
Otras preguntas posibles:
- ¿Mis anuncios / folletos / catálogos pueden ser considerados sexistas? ¿Muestran una imagen estereotipada de ambos sexos?
- ¿Estoy exagerando demasiado los beneficios de mi producto / servicio? ¿Está realmente probado que es más efectivo que otras soluciones existentes en el mercado?
- ¿Estoy mintiendo en algún momento? ¿Los datos que aporto son reales?
- ¿Estoy aprovechándome de una situación delicada (una enfermedad, una tragedia) para aumentar mis ventas de un producto o servicio?
Como veis, algunos de estos indicadores debemos plantearlos nosotros mismos dependiendo de nuestra situación, y decidir hasta qué punto deseamos cumplirlos y ser fieles a nuestros principios corporativos (y personales).